“Poner las manos en el fuego” es una expresión muy común en muchos países de habla española. Lo que se está diciendo es que se es capaz de poner las propias manos en el fuego por otra persona. Resume la total adhesión y la creencia ciega en alguien.
Del mismo modo, y también se utiliza mucho, en negación diciendo que no se pone las manos en el fuego por alguien, porque no se lo considera confiable o porque es un mentiroso.
Clase: frase coloquial formada por el verbo en infinitivo de segunda conjugación “poner”; el artículo definido femenino plural “las”; el sustantivo femenino plural “manos”; la preposición “en”; el artículo definido masculino singular “el”; el sustantivo masculino singular “fuego”.
La definición de “poner las manos en el fuego” típica de España y muchos países de Latinoamérica, es: dar fe de la valía personal de una persona empeñando la palabra por ella, todo lo que se tiene y hasta la integridad física para garantizar de manera incondicional al otro.
De este modo se pone las manos en el fuego por una persona cuando es honesta, transparente, sincera y trabajadora, entre otras cualidades. Ya que justamente en muchas ocasiones, se acompaña de esta frase la virtud que se quiere remarcar. Así se puede escuchar que se ponen las manos en el fuego por alguien porque es no es capaz de mentir; porque es humilde, etc. Del mismo modo y en negativo se usa para decir que como no se confía en ese individuo, no se van a poner las manos en el fuego por él.
Ahora bien ¿cuál es la razón por la que aparece la necesidad de quemarse para garantizar algo de alguien?. Y es que esta ha sido una práctica que aparece en las Ordalías. Estas eran una prueba que se usaba en la Edad Media en Europa y en determinadas sociedades mediante la cual se pretendía averiguar la inocencia o culpabilidad de una persona que había sido acusada y una de las formas era el denominado juicio de Dios.
Entre las pruebas de Ordalía, estaba la de sostener con las manos un hierro candente un determinado tiempo, en algunos casos, dando siete pasos. Otras veces, en vez de un hierro candente podía ser agua o aceite hirviendo, o directamente hacer que el acusado metiera las manos en una hoguera. Si salía ileso o con pocas quemaduras se lo declararía inocente, lo que por supuesto nunca sucedía. Por lo tanto de esto se puede inferir que el supuesto juicio era una farsa.
Sin embargo existe otra versión del origen de esta frase, concretamente hacia el 500 a.C. cuando los romanos expulsaron a los reyes para instaurar la monarquía. Tarquino que era etrusco no aceptó esto y buscó ayuda en Porsenna. Este sitió a Roma dejándola sin alimentos.
Mucio, un joven romano pidió autorización al senado para ir al campamento etrusco y matar a Porsenna. Así fue al campamento y creyendo que era Porsenna, en realidad terminó matando a un escriba de él y fue apresado. Cuando Mucio estuvo frente a Porsenna que estaba decidido a condenarlo, hizo alarde de su valentía y de la de todos los romanos. Y para demostrarlo colocó su mano derecha sobre el fuego dejando que se consumiera sin emitir ni un sonido.
Porsenna creyó que todos los romanos eran así de valientes, lo soltó y levantó el campamento decidiendo no enfrentarse a los romanos y obligando a Tarquino a irse también.
Jugarse por él/ella (Argentina);
“Sus amigos dicen estar dispuestos a poner las manos en el fuego por él ante el jefe que lo acusa de irresponsable”. Se refiere en este caso a salir de garantía en contra de una acusación.
“Dijo con vehemencia que ponía las manos en el fuego por su mujer porque nunca le había sido infiel”. Aquí, se aplica a la fidelidad.
“No voy a poner las manos en el fuego por este loco – dijo la vecina-”. En este ejemplo, se usa con el sentido de negación.