Cuando se escucha “las cosas claras y el chocolate espeso” el interlocutor sabe que quien tiene enfrente pretende que se le sea sincero y se le digan las cosas como son. O que lo que él está por expresar quiere decirlo claramente, sin ocultar nada.
Lo interesante es descubrir cómo es que el chocolate se vinculó con hablar con sinceridad.
Clase: frase coloquial formada por un artículo definidos femenino plural (las); un sustantivo femenino plural (cosas); un adjetivo femenino plural (claras); un coordinante copulativo (y); un artículo definido masculino plural (el); un sustantivo masculino singular (chocolate); un adjetivo masculino singular (espeso).
La definición de este dicho muy popular en España es: una expresión que utiliza una persona que desea decir algo o referirse a algún asunto y lo que quiere es hablarlo con claridad, sin miedo ni preocupaciones. Llamando a las cosas por su verdadero nombre, sin eufemismos.
Pero también puede utilizarla una persona que ve que otra quiere decir algo pero no lo hace directamente. Y de esta forma la anima o en algún caso también puede exigirle que lo diga con sinceridad a través de esta frase.
Esta frase es equivalente a otra que también es muy conocida: “al pan, pan y al vino, vino”.
Pero en el caso de esta última expresión es claro que la repetición de ambos sustantivos remarca que se debe decir la palabra que corresponda: Al pan se lo llama pan y al vino se lo llama vino.
En cambio la frase “las cosas claras y el chocolate espeso” no tienen ninguna conexión entre la primera parte y la segunda desde el punto de vista textual. Sin embargo la explicación existe, si se busca en su historia referida a la forma de preparar el chocolate. O se lo prepara al estilo español que es bien espeso, o al estilo francés, diluido en leche, o sea más flojo o líquido.
Todo esto se inicia cuando durante la conquista española a América, el monje español fray Aguilar envío a la península las primeras plantas de cacao al Monasterio de Piedra para que las hicieran conocer. En un principio el sabor no gustó para nada, debido a su amargor, y por esa razón se comenzó a usar solamente como medicina.
Más tarde, las monjas del convento de Guajaca -que es el nombre que el rey Carlos V le dio a Oaxaca en 1532-, comenzaron a agregar azúcar al cacao. Esto fue de gran éxito no solo en España sino en toda Europa.
Mientras la Iglesia discutía si esa bebida que se había convertido en elegida por muchos europeos, rompía el ayuno pascual o no; la gente discutía de qué manera podían beberlo mejor: claro o espeso.
Había quienes consideraban que se debía beber con mucho cacao, o sea chocolate espeso, “a la española”. Otros, en cambio lo disfrutaban más diluido en leche o sea “a la francesa”. Finalmente ganaron los que eligieron el chocolate espeso, o sea a la española, que fue lo que se popularizó como “las cosas claras y el chocolate espeso”, para referirse a denominar a las cosas por su nombre.
Al pan, pan, y al vino, vino; las cuentas claras y el chocolate espeso.
“Le han dicho que lo van a despedir del trabajo, por eso muy decidido encaró al jefe de personal diciéndole: las cosas claras y el chocolate espeso”. En este ejemplo, se usa con el sentido de pedir a alguien que sea sincero y diga lo que está sucediendo.
“No tolera más vivir de ese modo, por eso sentó a su hermano frente a ella y le dijo que quería hablarle sin tapujos, las cosas claras y el chocolate espeso”. Aquí, se aplica a una persona que quiere decir lo que siente francamente.
“Nos conocemos hace mucho –dijo el muchacho a su amigo- así que no andemos con vueltas, digámonos la verdad; las cosas claras y el chocolate espeso”. Se refiere en este caso, a animar a otro a decirse mutuamente lo que piensa cada uno.