“Llorar la carta” no tiene que ver con perder a un juego de naipes, ni llorar por una carta que se ha recibido de algún amor. Es una forma de pedir ayuda conmoviendo al interlocutor para conseguir que éste haga algún favor o done dinero.
Clase: frase coloquial formada por un verbo de primera conjugación en infinitivo (llorar); un artículo determinado femenino singular (la) y un sustantivo femenino singular (carta).
La definición de la frase coloquial “llorar la carta”, originaria de Argentina, es provocar la compasión ajena a través de una historia lacrimógena verdadera y exagerada, o inventada, para conmover, mostrarse desamparado o dar lástima para obtener algún beneficio.
También tiene el sentido de expresar las dificultades o problemas que se padecen, siempre con la intención de obtener algún tipo de favor o solución.
Si bien en la actualidad, esta frase no se usa muy habitualmente, se puede escuchar alguna vez en el lenguaje familiar.
Y se puede escuchar en toda su expresión y significado en el tango “Llorando la carta” cuya letra y música de Juan Fulginiti, inmortalizó el cantor, compositor y músico argentino: Agustín Magaldi (1898-1938). En ese tango se cuenta en primera persona lo que mendigó un hombre para mantener a una mujer para que no cayera nuevamente en su pasado lujurioso. Pero luego con el tiempo ella consiguió volver a tener fortuna y él, muy pobre y enfermo fue pedirle que lo ayudara. Sin embargo ella le cerró la puerta en la cara. No obstante, este hombre le aclara que si ella volviera a caer, él la volvería a salvar, porque ha cerrado la herida que ella le dejó.
Eso es una demostración máxima de lo que significa “llorar la carta”. Mostrarse abatido, abandonado, traicionado y sin embargo manteniendo la lealtad a la persona que le ha hecho mal.
Ahora bien, el significado que tiene esta expresión viene, literalmente, de su origen. Era una de las formas en que se pedía dinero en la ciudad de Buenos Aires antigua. Así un hombre o una mujer muy mal vestidos, acompañados de niños con ropas raídas y viejas golpeaban a las puertas de las casas. Cuando el dueño abría le entregaban una carta firmada por alguna persona conocida públicamente en la cual se le contaba la desesperada situación de esa familia, e invitándolo a darle alguna ayuda. Y como para incentivar a que lo haga, se enumeraba al final de la carta, las personas que habían contribuido y la cantidad de dinero que habían dado.
Pero “llorar la carta” se producía al mismo tiempo que la persona leía la misiva, ya que el hombre o mujer pedía por favor una limosna mientras los niños lloraban a la par.
“Todos sus compañeros de trabajo saben que cada vez que llega tarde va a llorar la carta a su jefe con alguna excusa para que no lo sancione”. En este ejemplo, se usa con el sentido de alguien que tiene la costumbre de hacer esto para que no lo reprendan.
“El chico le lloró la carta a su mamá para que lo dejara ir a la fiesta de ese sábado”. Se refiere en este caso a dar lástima para conseguir un permiso. La frase está conjugada.
“Ya no le doy más bola, porque siempre que me lo encuentro, empieza a llorar la carta para sacarte algún peso –dijo el chico a sus padres”. Aquí, se aplica a una persona que ya no se conmueve más ante las historias de otra.